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Los asistentes a todas las películas sin distinción incu– rren además en el peligro de pecado grave de escúndalo. La persona que no esté muy sólidamente formada, al H'r en 01 cine a tantas presenciando una película inmoral, sin apa– rente remordimiento alguno, incluso con manifestación clara de que para ellas no tiene importancia, sentirá vacilar en su mente el juicio estrecho que tenía formado sobre aqnella pe• lícula que todos, al parecer, ven con gusto e indiferencia mo– ral. De este modo, se normalizan actitudes condenables y sP crea una casi imposibilidad de alejar el mal del mundo. «Lo hacen todos», no es razón, pero es fuerza que vence a mu– chos. Sin duda que la mayor dificultad con que se encuentra el sacerdocio para combatir el mal y que inutiliza tantos es– fuerzos y paraliza la acción secreta de la gracia en las al– mas, es actualmente la fuerza que ejerce en las personas la costumbre de la masa, la normalización social de una forma inmoral de vida; de hecho para muchos el ser general es ser legal. Las cosas hacia las que la naturaleza siente fortísima repugnancia instintiva, las buscan gustosamente hoy mucha½ jóvenes. Están pervertidas. En esa perversión tiene parte. sino exclusiva, sí importante, el cine y la novela. El cine y la novela son los agentes externos que con mús frecuencia dificultan a la juventud el comprender y vivir el Evangelio. El ansia permanente de sensaciones, el afán casi patológico de emociones, la frivolidad y facilidad de la mu jer, su casi nulo remordimiento y terror ante pecados incluso horrorosos, provienen de la acción retardada del ambiente dP cine y de la novela, que respira continuamente. El horror al pecado va desapareciendo desde que el cine es divPrsión 276

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