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El que asiste a una película dice al empresario con su pre– sencia la película que prefiPre, y el empresario que es un ne– gociante sin escrúpulob de conciencia, contar{¡ y contando conocerá las películas que han de tener más tanquilla. y na turalmente. deslumbrado y vencido por el interés del nego– cio, ofrecerá aquellas películas que el público solicita. La moralidad. pues, del cine, tiene dos causas eficacPs: las pre– ferencias del público y la voluntad de los emprPsarios. La conciencia de los pueblos la manifiestan sus películas prde– ridas. las de mayor éxito. Si las películas 3R, pm ejemplo. 110 las nese ningú11 ca– tólico en Espaüa. dejarían de ser entrP nosotros un negocrn y no siendo negocio no se presentarían: Así la iwnornlida<l perdería terreno e iría desapareciendo de la tierrn. Tremen– da responsabilidad la de los frecuentadores clP todas las pe– lículas «por qm; a mí 110 me hacen dmi.m,. Sobre esta temero~a responsabilidad existe otra no meno~ de temer y es la siguiente: Cuanto mayor negocio sea el maL mús malos habrú, porque todo negocio próspero es una gran tentación. Crear, pues, negocios viciosos es aumentar el mal, crear hombres malos. No habría personajes tan liberti– nos ni tantos corno a veces se manifiestan en las películas, si esas personas no recibiesen una paga tentadora, precisamen– te por exhibirse de ese modo indecente, y la reciben porquP Psas películas donde así se presentan se ofrecPn con garantía, rle tener numerosísimo público que les ha de dar el dinero. Colaboradores, sin duda, en la existencia e inmoralidad de tales personajes son aquellos quP acuden a sus película~ re probables.
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