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mente los actores y actrices de eme. ¿Cómo ante esto se po– drá hablar del cine sin reservas? Se puede afirmar que el cine moderno no es cnstiano, no sigue en sus actuaciones la línea de conducta y de valore~ establecida por el Evangelio. Para probarlo se han dado nu– merosas e irrefutables estadísticas. Es raro entrar en una sala de cine con mente' totalmente honesta y más extrafio salir de ella en plena limpieza mo– ral de conciencia. La necesidad de emociones. la frivolidacl --fenómeno for– midable de nuestro siglo-- la ordinariez del vici0 y su infil– tración en esferas hasta hace poco insobornables. el porcPn– laje espantoso de crímenes y anormalidades, el pecado habi tuaJ como estado de vida. incluso Pn personas de relatin1 frecuencia de sacramentos. son fenómenos alarmantes que han aparecido después del invento rlel cine y qup por <;¡ y· con él se han extendido. La réplica de la mujer de la pantalla que estamos viendo todos los días tan perfectamente reproducida en tantas jóve– nes modernas, es la manifestación más patente de la eficacia del cine como cátedra de vida. La ciencia y la experiencia, dijo un profesor del Instituto Médico de Génova, confirman el influjo profundo del cine sobre la vida psíquica, en la moralidad de costumbres, en las enfermedades nerviosas y mentales y hasta en la crimi– nalidad, más o menos precoz. Y en un estudio razonadísimo aboga por el alejamiento del cine de la juventud. corno se gura escuela de su perversión. 273

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