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de indecencia en locales, calles y plazas y de que se con– traigan tantos matrimonios desgraciados. Urge imponer un remedio urgente... No el amor, ni el mtrimonio proyectado, ni la moda ni los ejemplos poco edificantes de otros, ni la viveza de las pasiones son razón suficiente para justificar un noviazgo prematuro o de desahogo de las propias pasiones. Las rela– ciones tienen un fin: prepararse a conciencia para un matri– monio acertado. Tienen una ley: la ley de Dios». Piensen las jóvenes estas palabras de Pío XI en su Encl. «Casti Comnubii»: «Bien se puede temer que quienes antes del matrimonio sólo se buscaron a sí mismos y cornlescen– dieron con sus deseos aún siendo impuros, en el matrimonio continúan siendo lo que eran antes y cosechan en la vida matrimonial lo que sembraron: tristeza en el hogar, discor– dias y pasiones desenfrenadas». «De la elección del consorte depende en gran parte la fe– licidad o infelicidad del futuro matrimonio, puesto que am– bos pueden ser mutuamente ayuda o peligro. Para que no padezcan toda la vida las consecuencias de una imprudente elección, deliberen seriamente, los que deseen casarse, antes de elegir la persona con la que han de convivir para siempre. En esta elección tengan presente las consecuencias que se derivan del matrimonio en orden a la religión, en orden a sí mismo, al otro cónyuge y a la futura prole. Imploren con fervor el auxilio divino para elegir con acierto, no llevados por el ímpetu de la pasión, ciego y sin freno, sino por un amor recto y ordenado, buscando ante todo los fines par;1 los cuales Dios creó el matrimonio». :!43

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