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tura, los que no las hablan sino ele lo bien que lo v,m il pasar juntos, de lo mucho que van a divertirse, y que no lnh– can más que besar y tocar. Teme del joven que sólo le ha– bla de gozar; gozar no PS amar. Ya lo dijimos: el placer para d deber. El hombre e11 la vida necesita ideales noblt>s. Ir al ma– trimonio con un concepto sPrio y alto del hogar. Tu 11ovio ha el(! ser trabajador, es preciosa cualidad para llevar bien uu matrimonio; el yago es un indeseable. Tu novio no debe tenPr uu carúcler demasiado irascib],,, m brutal, te hará snfrir en el matrimonio y expondrú t11 amor a pruebas que no n,sistinís. Tales hombres aman poco tiempo, si es que llegan a amar. Serú caso raro quP esos hom– bres llenen el corazón y los sentimientos de la rnujPr. No la harán feliz. El mal carácter no se c01r1ge. Que el joven sea rico y guapo, bien, pPro en segundo o tercer lugar; antes, que sea trabajador, religioso y caballero. Aquello de: «Contigo pan y cebolla», se acabó; pero tampo– co pPnsar que la felicidad estú en Pl coche o en el abrigo ele pie1. Hoy se da excesiva importancia para la folicírlad conyugal a comodidades y diversiones. Casi nada de eso e", necesario. Basta lo necesario; lo fundmtwntal es no tpner ambiciones desordenadas ni vicios. Esencialísimo para la felicidad en el matrimonio es que Pl novio no sea juerguista, noctúmbulo, frenwntador de tas– cas y salas de fiestas; ni jugador ni bebedor. Estos son vicio.s que traen, casi siempre, desgracias a las familias y que muy ran1 ye.-: se desarraigan del todo. Los gnegos, conocedores
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