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Si la joven ama su honor y desea con obras defenderlo huya del rincón y de la obscuridad en el trato con los hom– bres; la fuerza que arrastra hacia ellos es siempre la fuerza de la concupiscencia, nunca la del amor. La joven que acep ta meterse en esos sitios, va al matadero. La joven en sus confesiones debe exammarse ~obre este peligro deliberadamente buscado o gustosamente aceptado y Lomar las resoluciones que la verdad del propósito de en– mienda exige. Yo tengo notado la poqms1ma personalidad que mues– tran las jóvenes en su trato con los hombres, son demasiado fáciles. El afán exagerado de casarse, el miedo a nerder p] novio, las hacen ceder casi sin resistencia alguna a los im– pulsos de la concupiscencia del hombre, conculcando los principios más sagrados de la vida y de la religión. Sin fir– meza y alguna rigidez no se puede permanecer mucho tiem– po fiel a la fe cristiana. máxime en tiempo de noviazgo.

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