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La 1nujer es por naturaleza muy pronta para el amor. El amor se ofrPce ,iempre como ideal de perfección y de gozo sumo, al amor ~e va siempre cantando. Pero esté en guardia la joven porque el amor es ciego y se engaña con facilidad; buscando el bien y el placer se puede encontrar con el dolor y el pecado. Para que el amor haga feliz y sea noble no basta darlo así, es preciso recibirlo de igual modo. Cuántas jóYenes amando limpiamente han recibido en cam– bio un amor sucio y torturador. Cuando la joven ame, no piense sólo en la calidad buena de su amor, sino también en la del que va a recibir. No suele ser el amor que ofrece la joven la que la hace desgraciada y mala, sino mús bien PI que recibe. Dicen que a amar no se aprende, porque cada amor es una especie, pero al amor sí se le puede hacer una cuna; las tra– gedias del amor no les suelen venir de improviso a las jó– venes, discurren por el cauce que se les dió. El amor, con spr tan dPseado, y tan placentero, e'i la fuente más abundantP de las lágrimas. El 90 por ciPnto dP las penas de la mujer se las ocasiona el amor. Como la mu– jer es tan pronta para el amor, está abocada constantemente al martirio. Pero consuélese, que rlolor y desgracia no son la misma cosa. Si el dolor está tan cerca de las lágrimas est{i a igual distancia de la gloria. La gloria de las mujeres mii, grandes no les vino tanto por amar cuanto por sn actitud heroic;i nnte el dolor que le exigió su amor. Toda grandeza es heroicidad y heroicidad es superación de un dolor sumo. La religión es la forma más perfecta y la más útil dPl nmor femPnino. Por su facilidad para el amor. la mujer P,
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