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todo no an1bicionar lo que no se ha de alcanzar. aunque aparezca a la imaginación deslumbrante. Yo observo con pena la progresiva debilitación de la es– tima de la pureza en la juventud femenina. El hambre cre– ciente de placeres que la devora y la acuciante curiosidad malsana ahogan en muchos corazones femeninos el brote na– tural de la pureza. Buscando placeres, huyen de la pureza; olvidan que la deshonestidad, que es pecaclo de placer. p-; fuentP caudalosa de tristezas y hastío. La impureza es el pecado feo por antonomasia y por lo mismo el pecado más antifemenino. No es el pecado más grave, pero sí el mús YPrgonzoso y degradante. por eso es pecado del rincón y de la oscuridad. Si la belleza de la virtud se reflejase en el rostro, la jo– ven más pura sería siempre la mús hermosa. Y lo es, aunque los ojos no perciban su belleza. En cambio, si se manifesta– sen como son algunas jóvenes que pasean deslumbrantes por las calles y triunfan en los salorn:>s, ante ellas huirían los hombres con horror. Esto no pasa hoy, pero llegarú un día en que todas las cosas estarán puestas en la verdad, en su verdad y entonces vendrú la apoteosis de la virtud y la tra gedia del mal. En cristiano es me1or, y por tanto más envidiable, el no casarse que el casarse, siempre que suceda por amor a la virtud; es mayor fuente dP m(,ritos la virginidad voluntaria que el matrimonio aún suponi(,ndolo establecido en dignidad y piedad. Esta es doctrina cierta de la Iglesia que todo cató– lico está obligado a aceptar. No debe, pues, temer con exceso 204
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