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tranquilidad porque comience sanamente, puede terminar mal. ¿Para qué exponerse a un juego que se prevé puede terminar en llanto? La chica que admite diálogo de amor con un hombre con el que no es posible legalmente llegar a nada, entra en el camino de su tragedia porque la mujer siente imperiosa ne– cesidad de pagar la deuda del amor y la paga pensando que es un deber de su corazón. Esta es su ruina. Primero da una sonrisa y más tarde se da ella... y después paga con lágrimas su propio don. Es la historia frecuente de las mujeres. Porque ni la mujer ni el hombre están sin peligros jun– Los a solas, no es prudente que vaya sin compañía al médi– co, al fotógrafo, al peluquero -que no debiera ser el hom– bre--, etc., aunque esté convencida la joven de que no va a pasar nada. Lo estaban otras y pasó. Las jóvenes, en gene– ral, no están capacitadas para preveer las lejanas consecuen– cias de cosas al parecer sin trascendencia. Ni se escuden para hacerlo en la amistad porque las pasiones no la reconocen si no es para desahogarse más impunemente. La mujer no debe confiar mucho en el hombre; no es que no haya hombres buenos, es que muchos no lo son. Pasó el tiempo de los caballeros en que estar al lado de un hombre la mujer era la más segura garantía de defensa y seguridad. Hoy muchos caballeros se han hecho rufianes, bandoleros de estrellas. La mujer ofrece inocentemente como un don de vanidad su propia belleza, pero no sabe que para el hombre la belle– za femenina es un tesoro de conquista. Si conoce que la mu- 200

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