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La honra de una mujer está en su cuerpo. La joven que oye con gusto, con una sonrisa, una alusión poco decente a su cuerpo. se goza con un pufiado de fango que le tiran al alma. La mujer debe estimar el cuerpo como santuario de la divinidad -¿acaso no comulga con frecuencia?-- y esforzar– se porque el hombre la contemple con admiración y res– peto. Por el respeto al cuerpo de la mujer manifiesta el hom– bre la educación y delicadeza de su espíritu. La joven que no tenga estima cristiana de su cuerpo o no lo vea como gran peligro del hombre y la más fácil oca– sión de su propia ruina moral, estará en todo momento al borde de caer en bajezas en el trato con los hombres. La mujer no debe creer nunca el amor de un hombre ca– sado. El hombre casado que corteja a una mujer, lo hace por pasión vil, aunque lo camufle de modo que aparezca legal y noble ante la mujer. Es deseo. Con ellos no debe admitirse m el comienzo del amor. Un hombre casado que intenta entablar trato o conversa– ción amorosa con una chica, la ofende, en su mente está ya profanada. Debe saberlo la joven y obrar en consecuencia. No se fíe de las formas del amor, que nada hay más sospe– choso que el amor. Mucho se habla del amor y muchas co– sas ce camuflan con tan bello nombre, pero no tienen nada de amor y hasta no pocas Yeces son negación de amor. Joven, no deslumbre tu sentimiento el oir a un hombre, casado que se equivocó. que su destino eras tú. que su mu- Hl8

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