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todo en el matrimonio, es cosa prácticamente imposible y siempre a cambio de claudicaciones en el honor. Enorgullece a las jóvenes observar a los hombres que vuelven el rostro para mirarlas, pero el hecho no es siempre un honor para la mujer. El hombre que busca en la mujer, y para eso la mira, medio con qué degradarse, no la ensalza, la infama. Los ladrones miran fijamente los diamantes que las duquesas llevan en sus dedos, pero las damas temen esas miradas. Decía admirado un joven a su amigo ante un mu– chacha que pasaba a su lado: ¡mira qué rubia! La joven lo oyó y sonrió por dentro y por fuera, mas el amigo le contes– tó: Como juguete estupenda, como mujer, una birria. Salomé era sin duda una chica guapa, artística y atrac– tiva. Por eso triunfó, pero su triunfo fué momentáneo e in– fame. Con todo, no faltan muchachas que, sin pensar en Sa– lomé, buscan y ambicionan sus mismos triunfos y practican los mismos métodos. El amor es respetuoso y casto. Ténganlo en cuenta las jóvenes para conocer y catalogar la actitud del hombre ante ellas. La mujer nunca debe admitir chanzas sobre su cuerpo. ni de palabra ni menos de obra, se degrada ante el hombre y ante su propia conciencia. Es frecuentísimo que los hom– bres ofendan el honor corporal de la mujer sin que ellas perciban su deshonor ni ofensa. Ciertas palabras, alusiones, chistes, indirectas, son fango al honor de la mujer y en cam– bio algunas jóvenes los reciben como halagos y con sonrisas. Prefieren su egoismo y su loca vanidad a su honor. 197
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