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Dirigiéndome a la juventud femenina para hablarle del hombre y del matrimonio lo primero que tengo que decirlR es que no vean en ellos ideales perfectos de dicha personal. Son pocas las jóvenes, ¿habrá algunas?, que piensan en el matrimonio como deber y objetivo trabajoso de felicidad, y sin embargo, son sus dos realidades mús destacadas. Las jó– venes construyen siempre sus castillos en el aire, tal vez ten– ga que ser así, pero al menos que les pongan cimientos. Que la mujer busque el matrimonio y hasta el sofiar con él, no está mal, pero que no sea lo vil ni lo imperfecto el objeto principal de sus suefios; que lo grande y noble qlw encierra sea la base principal de sus entusiasmos juveniles. La imaginación de la joven es muy suelta y vivaz y exa– gera con exceso el bien y el mal de sus aspiraciones. Estr cierta la joven que ni el hombre ni el matrimonio le darán todo lo que de ellos tan alegremente espera. Los abismos del mar no se llenan con las aguas de un río por caudaloso que llegue. No se dé, pues, demasiado a poseerlos )" sobre todo no olvide que su Dios es otro. Dijo el Señor a la samaritana: «Quien beba del agua que doy Yo, no volverú a tener sed jamás». Cuando pienso en ln juventud femenina y veo sus descabellados y ardorosos afane'; para la «caza» del hombre, me parece que son pocas las jó- 19't

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