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cia diaria y a veces hasta solitaria con el hombre para re– solver sus perentorias necesidades materiales con peligro dP perder su recato y de crear situaciones delicadas de con - ciencia. Por ser tan sugestivo el peligro y tentación de la mujer en la oficina se hace sospechoso el afán de los hombres y la necesidad que pregonan de la presencia en todos los negocios de una chiquilla, si es bonita mejor. como mecanógrafa o auxiliar. Ellas llegan no sabiendo nada de spgundas inten– ciones, pero a veces salen llorando y asqueando de los hom– bres. unas en alta voz y las más en d secreto rlP su concien– cia. Hitler tenía una secretaria, Mussolini también y al fin se descubrió que aquellas secretarias eran algo mús... La his– toria es larga. pero sus libros, cortos. No toda historia se es– cribe. Digo esto a las jóvenes para abrirles los ojos, recelen y ~l' defiendan de los posibles peligros de su presencia en las ofi– cinas. Un gran personaje social, un hombre muy digno en la calle puede comportarse como un perfecto sinvergüenza con su secretaria o auxiliar en la oficina. Ya muy posiblemente nunca se retirarú a la mujer de las oficinas, son en muchos casos necesarias. La mecaniza– ción de la vida y las mismas exigencias sociales de la mujer lo reclaman. Y también hay muchos y a veces no confesa– bles intereses en que permanezcan allí; no vale, pues, hablar de perfecciones abstractas, se precisa abordar el caso con– creto. Ante el hecho inevitable y sus reales peligros de pecado y de pérdida de los atractivos naturales y fundamentales del 190
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