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blema moral delicado? Y esto prescindiendo de las orcuns– tancias especiales en que a veces tienen que desempeñar su servicio las oficinistas. El hombre casado después de algunos años pierde sm duda el idealismo que se había forjado en los primeros fer– vores del matrimonio: la existencia diaria con sus vulgari– dades, sus roces, sus pequeñas -a veces grandes- incom– prensiones dió a su vida un curso pacífico y vulgar. En esta situación sicológica se le presenta un día, ¿feliz?, en su ofi– cina una chica guapa, bien arreglada, algún tanto frívola e inconsciente, simpática, con todos los atractivos de lo nuevo y pasional, ¿qué extraño que ese hombre sienta nacer dentro de sí aquello que tan feliz vivió, que había muerto y quP ahora se le ofrece con una floración inesperada y llena de sugestión? No saben las Jovenes y a muchas les conviene ignorarlo. s1 lo supieran resultaría peor. lo que ellas tan entusiastas de las oficinas significan con su presencia allí para el espíritu y la sensibilidad de sus compañeros y jefes de trabajo. Con esto no se quiere decir que todo empleado esté al lado de una chica con la vivencia de esta inquietud sicológi– ca, ni mucho menos, digo que la joven aún sin percatarse la ocasiona con facilidad. Que una mujer en su caso concreto busqw~ la oficina por un motivo económico, no tiene nada de reprochable, obra en pleno derecho, en ciertos casos puede hasta constituir un deber. El mal no está ahí, sino en el hecho social que cons– triñe a la mujer a acudir a una oficina pública en conviven- IR9

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