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cho más las que hayan tomado parte activa en la apoteosis mundana de los concursos de Belleza! Las jóvenes que se presentan a los concursos <le belleza difícilmente se podrán excusar de pecado grave si acuden a ellos con la intención de aceptar todas las condiciones que el jurado les imponga. Presentarse con ánimo de concurrir. si se sale triunfante en las primeras competiciones, a suce– sivos concursos en el extranjero donde la desvergüenza e inmoralidad de los mismos llega a extremos totalmente re– probables, no se puede normalmente dispensar de> pecado grave. Los concursos de belleza además del impudor, la inmo– destia y el escándalo que llevan consigo, tienen circunstan– cias que agravan su maldad y su peligrosidad: las facilida des e invitaciones para frecuentar y visitar centros de moral sospechosa en los que seguramente han de encontrar suges– tiones y proposiciones normalmente invencibles. La inmora– lidad de tales concursos no está toda, ni poco menos, en el momento del concurso sino igualmente en las circunstancias y consecuencias que le siguen posteriormente. En los con– cursos de belleza se dan muchas circunstancias y sucesos dP los que no se hace eco ni la prensa ni el público y sobre los que existe deliberado propósito de mantener en la oscuridad. La autoridad que patrocina, la prensa que anuncia con grandes titulares y reclamos, las personas que en corrillos comentan entusiústicamente tales espectáculos y sobre todo los organizadores y eficaces colaboradores, se hacen reos y responsables morales, más o menos según la infuencia sobre tales hechos, de la maldad y escándalo que dichos concur– sos llevan consigo. Ofrecer prem10s y regalos a las partici-

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