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rado que la causa principal por qué muchas jóvenes no se presentan es «la vergüenza y los apuros que se pasan». La belleza de la mujer no es un producto de venta; en la mujer la belleza es cualidad al servicio del espíritu. Indivi– dualizarla separándola de la persona degrada a la mujer equi– parándola a las cosas. No todos los concursos de belleza tienen las nnsmas no– tas de desvergüenza e inmoralidad, aunque se puede decir qm' todos son infamantes y ofensivos a la dignidad de la mu– jer. En los concursos de belleza, como en las ferias de ga– nado, el valor cotizable ele la mujer está en su cuerpo. Y no tanto en su cuerpo sino en lo innoble y menos puro de su cuerpo. El espíritu no significa nada en tales concursos, sino más bien se pisotea y desprecia. La mujer que acude a un concurso de belleza moderno firma documento público de infamia. Los organizadores le rnnfieren un premio, le dan un diploma de «reina», de «gua-– pa», pero, sin duda, Dios la señala con estigma dP abomina– ción. ron Pl sello de la Bestia dPl Apocalipsis. Los concursos de belleza fomentan en las mentes juvPni– Jps de las mujeres el mito peligrosísimo de la supremacía de la bellPza corporal y la convicción sentimental de que la vir– tud y las cualidades morales no se cotizan en la mujer como valores propios, exponiéndolas de este modo a graves clau– dicaciones morales, a ser fáciles a sugestiones de pecado que se le ofrezcan con apariencias de triunfo y belleza. ¡Cuánta violencia tendrán que hacer a su naturaleza para ser fieles al deber y al Evangelio las jóvenes que hayan asistido, y mu- 183
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