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Es tal la ceguera y pas10n con que la juventud femenina sigue las corrientes de la moda, que para muchas jóvenes ante ella no significa nada la moral cristiana; las más fuer– tes y temerosas amonestaciones de la Iglesia las dejan total– mente impasibles y siguen alegres y felices las normas cualesquiera que sean, siempre que vengan de los rectores de la moda. La mujer que mantiene en esta actitud su vo– luntad, se pone fuera del Evangelio, su mente no es cristiana. El vestido lo reclama la dignidad humana, más aún la de la mujer; el desnudismo es inmoral y degradante, lo expe– rimentan hasta los salvajes. El fin primario del vestido es defender el pudor y la virtud, secundariamente ampararse de las inclemencias del tiempo y en grado inferior la ele– gancia y el embellecimiento del cuerpo. La mujer para obrar rectamente debe en su conducta respetar y someterse a esta jerarquía. El cuerpo es raíz malsana de podredumbre espiritual; exhibirlo Pn ciertas condiciones y formas es ofrecer ocasión de muerte, de pecado. «Sin el vestido ni la virtud tendría defensa. ni el vicio barreras». La maldición de Dios sobre Can porque profanó la desnudez de su padre, es lección viva para la juventud femenina que ofrece sin pudor su proprn desnudez a las miradas y deseos de los hombres. El vestido, atuendo de dignidad y virtud, lo ha conver– tido la moda, unos pocos modistos y modistas, en servicio de la desnudez y del pecado. El arma de la virtud se convierte en sus manos en instrumento eficacísimo de pecado. Marcar las formas del cuerpo es meta corriente de la moda moderna y el hacerlo, ilusión y gusto pervertido de 17G

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