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formas de vestir con el principal objeto de presentar el cuer– po femenino como desvestido. Que esto suceda, dicen los citados obispos, principalmen– te en determinadas ciudades mundanas, nada tiene de ex– traño, lo incomprensible es que mujeres cristianas se dejen llevar de esa moda y la adopten para sí. No duden que con ello incurrirían en la temerosa maldición que Nuestro Señor lanzó contra los escandalosos. La moda más que belleza a la mujer da atractivo, pero no siempre a ella sola: no pocas veces es el pecado el que más se embellece. Es demasiado feo para presentarse como ilu– sión de los hombres; necesita embellecerse y se viste de mo– da; con la moda el pecado es siempre bonito. El intento femenino de agradar y atraer a los hombres por la exhibición de las formas corporales, es siempre repro– bable por indecente y escandaloso. Cuando una joven se ve bien con un vestido exageradamente ajustado, se mira con ojos carnales, mundanos, pospone el sentido cristiano del pudor, carece de la vergüenza para poder apreciar lo feo y pecaminoso de su presencia «bonita». Bonita a los ojos, a la concupiscencia, a la sensualidad. Para el cristiano antes que la moda es la moral; antes que el mundo, Dios. Por esto la moda sólo puede seguirla la mujer prácticamente católica cuando respete y se someta a las leyes de la moral cristiana. La razón para adoptar una moda nunca puede ser en una mujer católica un motivo ex– clusivamente social,mucho menos un imperativo de vanidad. El catolicismo es una totalidad. 172
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