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este caso es posible que muchas jóvenes al vestirse indecen– temente no tengan intenciones excesivamente malas. pero hacen una obra mala que deben evitar. Los cristianos deben estar persuadidos dr que la Iglesia tiene autoridad divina para señalar lo que es bueno y lo que es malo y deben igualmente saber que hay obligación moral de seguir las normas emanadas de esa autoridad. Siguiendo a la Iglesia no se yerra; desobedeciéndola se ofende a Dios. se peca, más o menos según la gravedad del mandato. El juicio particular sobre moralidad está abocado a crear una religión al propio gusto, que es lo mismo que hacersP irreligioso. No se va al cielo ni se agrada a Dios por los ca– minos y modos que a cada uno parece, sino siguiendo las le– yes y modos establecidos por el mismo Dios; y Dios ha de– terminado que sea la Iglesia, en su órganos auténticos je– rárquicos. la que declare y determine este camino y este modo. Juegan con fuego las jóvenes que frívolamente menos– precian las leyes y normas eclesiásticas sobre moral públi– ca y se exponen a muy graves responsabilidades ante Dios si, vencidas por sus caprichos o los halagos del mundo. viven al margen de dichas normas. Recuerdo a las jóvenes las palabras de los obispos <le Ale– mania en Pastoral colectiva a su pueblo: «No somos los úni– cos en juzgar que hoy en día hay modas que no sólo se bur– lan de las leyes de la belleza sino que son piedra de escán– dalo por su indecencia». Vuelve a convertirse en última mo– da lo que ya San Jerónimo y San Clemente de Alejandría estigmatizaban como aberración pagana: el buscar y ofrecer 1. 1

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