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Para el hombre, distinguir estas dos clases de coquetería en la mujer, es fácil. Cuando la mujer es sensual, cuando está «picada», como la mujer es muy franca y transparente, su coquetería lleva– rá siempre la impronta de su ser y se manifestará a los hom– bres como un deseo, como una invitación. La coquetería en esas mujeres es un abrir la puerta de su honor. Los hombres tienen un instinto finísimo y muy acusado para percibir esta invitación. Las mujeres a veces ,P extrafrnn de que los hombres reaccionen ante ellas de una manera brutal, pero los hombres dicen que no hacen sino «responder» a la mujer, y esto es verdad. Claro que esto no quita que esos hombres sean ineducados y malos. Hay pre– guntas que el hombre debe dejar siempre sin respuesta, hay invitaciones que no debe aceptar, aunque sean muy apetito– sas y encima gratis. Las mujeres piensan pocas veces en las invitaciones sal– Yajes que hacen a los hombres. l\iiuchas, más de las que ella, creen, ofrecen a los hombres carne corno cebo y después se quejan si los hombres quieren aquello que se les ofreció. Este es el absurdo vital femenino. No se puede ofrecer lo que no se puede aceptar. Y esto aún en el caso de que el ofre– cimiento tenga sus ventajas. Que lo sepan las mujeres y que obren conforme a ello y evitarán muchos malos deseos en el hombre, muchas peligrosísimas ocasiones para ellas y mu– chos graves pecados para los dos. La coquetería no les parece mala a las mujeres, pero a los hombres frecuentemente sí, porque la miran desde án- 167
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