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tos pasajeros, si los hombres no fuésemos más que papelillos que lleva el viento, harían bien en sus entusiasmos, pero si se mira la vida de cara al otro mundo, muchas bellezas y va– nidades podrían tomar aspecto de tragedia. Las jóvenes, sin embargo, tienen un concepto de la be– lleza, casi divino. Se equivocan y su equivocación la han de llorar más tarde o más temprano. Son los libertinos y las pa– siones humanas los que cantan la canción de la belleza fe– menina, los que con ese cuento, que tanto gusta a la juven– tud, la tienen fácil. Quien mucho canta a los oídos de la mujer el canto de su belleza corporal, repite la canción de sirena de Satanás al oído de la primera mujer. Sólo la mujer sensual, la mala, tendrá la belleza corporal por gran tesoro, la procurará con ansia y la negociará sin límite. La belleza femenina en una sociedad corrompida, lujurio– sa, será un ídolo ante el que quemarán incienso los hombres; pero la mujer no debe mirar tanto el perfume del incienso cuanto la persona que se lo da. Recuerden el refrán: «Cuan– do el sabio calla, malo; cuando el necio aplaude, peor». Hay alabanzas que degradan. Que los libertinos piropeen a la mujer corporalmente atractiva, no puede ser motivo para que una mujer busque ser bella. ¿Ha cantado alguna vez Dios la belleza corporal de la mujer? Hay mujeres bellísi– mas por las que se matarían los hombn~s y que son para Dios aseo y maldición. Por la belleza triunfa la mujer en el mundo, en el mun– do negación de Jesucristo, pero la belleza es fácilmente el 161

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