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y obispo evitaba toda trato de mujer. Del gran San Pedro de Alcántara escribió Santa Teresa de Jesús en su Autobio– grafía: «A mujeres jamás miraba». Y el sagrado libro del Eclesiástico dice que la mujer es más amarga que la muerte. Esta doctrina y práctica parecerá extraña, tal vez ridícu– la, a muchas jóvenes de hoy acostumbradas a plena libertad de sentidos y convivencia con los hombres, pero su extra– ñeza manifiesta su desconocimiento de las vías de la per– fección cristiana. Pecado de mujeres es matar riendo, aca– riciando; la mujer es pastel envenenado. Recuerden las jóve– nes el mito pagano de la sirena, que es cuento, pero con fun– damento en la historia. Tremendas tragedias ha ocasionado la belleza de la mujer; baste recordar a Troya y a San Juan Bautista. Dijo el Espíritu Santo: «El vino y las mujeres hacen apostatar a los sabios. No te fijes en la hennosura de la mujer, ni la desees; por la mujer comenzó el pecado y por ella morirnos todos». Esto que dice Dios es bastante distinto de lo que es– tán acostumbradas a oir las jóvenes, pero consideren quien les dice la verdad. La mujer posee cualidades más útiles, más nobles y de mayor garantía de virtud, felicidad y triunfo que la belleza corporal. Son estas la amabilidad, el optimismo, el sentimien– to, el buen carácter, la abnegación. Estas cualidades debe cul– tivar preferentemente la mujer, segura de que en ellas está el secreto de sus auténticos y duraderos triunfos. :Mediante ellas cumplirá la bella misión que Dios le tiene encomen– dada en la tierra. La mujer que dé un valor exagerado a los valores sen- 159

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