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todo la muJer de su belleza m lo busque; fracasará. Ella y ellos. La experiencia ensefla que la sola belleza corporal cansa y cansa pronto. La belleza con otras dotes se complementa y perfecciona. Aún más, la belleza exagerada no es casi nun– ca buena compaflera de la felicidad ni de la virtud. Es muy raro qu una mujer muy bella sea feliz ni que haga feliz a un hombre y mucho más que sea virtuosa. La belleza no santifica nunca. Es más conveniente a la mujer una belleza discreta acom– paüada de otras cualidades morales sobresalientes que la be– lleza extrema sola. La belleza femenina, cuando es excesiva, ni la mujer y mucho menos el hombre, suelen saber admi– nistrarla bien. Recuerde la mujer que la belleza femenina se identifica casi con lo sensual y ]o sensual es moralmente peligroso. No hay tentación de pecado más sugestiva que la que viene por la belleza de la mujer; es punto menos que imposible el que un hombre pueda mirar a una mujer bonita con plena lim– pieza de corazón. Extraflará esto a las jóvenes, pero es así. En la teología espiritual se insiste sobre la necesidad de ser parco y precavido en el trato con la mujer y en la morti-– ficación de los ojos en su presencia para poder el hombre as– cender por el camino de la intimidad con Dios. Fueron mu– chos los santos que rehuyeron el trato de la mujer por peli– groso. El Seo. Padre San Francisco confesó, próximo a su muerte, que de cara no conocía más que a dos mujeres. San Luis de Francia, hijo de reyes, y después fraile franciscano 158

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