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pudimos observar que, al menos en lo que ataüe al compor-– tamiento y presentación exterior, las mujeres más frívolas, más livianas, más libres y descaradas, eran por lo general las europeas, las cristianas. ¡Qué ignominia para la civiliza– ción europea y para la religión cristiana!» Podríamos ser interminables en citar testimonios seme– jantes de las Jerarquías de la Iglesia. En Carta Pastoral Co– lectiva decían el 22 de julio de 1956, los Obispos de Portu gal: «En lo que respecta a vestidos y actitudes se recorren caminos sombríos de libertinaje, de esclavitud funesta, con una insensibilidad de conciencia que arrastra a tenebrosas consecuencias: desenvolturas en el vestido que necesariamen– te hieren las conciencias delicadas». Y más adelante en la misma Carta: «Difícilmente podrán considerarse exentas ele pecado mortal aquellas mujeres cuya inmodestia constituye grave escándalo o alucinadora provocación. No puede ale– garse la falta de intención, ni sirve de nada el ejemplo ajeno, porque la gravedad del pecado no sólo se define por las in– tenciones del que lo comete, sino también por el desorden objetivo de los propios actos y por circunstancias exteriore,; del escándalo y mal ejemplo. No merecen la absolución sa– cramental aquellas que convencidas de la gravedad de su inmodestia, no ofrecen garantía sólida de arrepentimiento y de enmienda y ni siquiera hacen la más leve tentativa para corregirse. En ciertos casos la falta no pasará de pecado ve– nial, pero éste también debe Pvitarse, porque es obligación de todos tender a la perfección, para la que se exige esfoerzo constante de la voluntad,,. Y en armonía con los preceptos de la moral cnstrnna y de las instrucciones del Papa Pío XII establecen: <'.Condena- 152
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