BCCCAP00000000000000000000528
danos que le cnntan los encantos de su belleza. que por el cuerpo nunca conseguirú que los hombres la estimen ni me– nos Ja respeten, sino únicamente que la deseen v el deseo corpr ral es simpre vil. La joven prudente no debe descuidar la decencia perso– na ' ni en su propio hogar. Sin pensarlo, irreflesivamente puede crear verdaderas revoluciones morales en sus propio,; familiares. Por regla general, su conducta en la casa ha de ser la misma que en la calle, y con su familia como con los extraños. Sus hermanos son hombres y hasta su mismo pa– dre y ella mujer; esto basta para hacerla prudente y reca– tada. Es lamentable la frivolidad e impudor que reina en muchos hogares que se llaman cristianos. El pudor y el rf'cato femenino tienen su defensa natu– rl en el vestido. El vestido en la muier es salvaguardia im– prescindible de la castidad del hombre, aunque no la única. Cuando vivían en el Paraíso Adán y Eva no usaban vesti– dos, entonces no tenían por qué avergonzarse, puesto que Pl cuerpo no era tentación de ruina. ]\fas, tan pronto como pecaron y apareció la concupiscencia, nació el pudor y con él la exigencia del vestido. Aún hoy para los salvajes el me– jor regalo es un vestido, porque el vestido es la defensa del honor y de la dignidad humana. Desde el día del pecado en el Paraíso, la cantidad de vestido señala el grado del ho– nor Pn la mujPr. La tendencia a la desnudez, es tendencia Rl dPshonor. Cuanto una mujer más se desviste, más se de– grada y más se hace nlÍna. El pudor defiende a la mujer desde dentro: el vestido desde fuera. Las jóvenes necesitan conocer la ley de la concupiscencia para saber la trascendencia cle la virtud de la modestia. La 145
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz