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La muJer que posee un casi irrefenable instinto de darse -,-el amor es simpre un don de sí-. estú en todo momento en grave peligro ele alcanzar este larvado deseo por medio de la sugestión que su cuerpo ejerce sobre las pasiones de los hombres. Es su natural tentación. ¿De cuántas jóvenes se puede decir lo que de su madre escribió el filósofo pagano St;neca: «jamús profanaste tu rostro con afeites ni aderezos: jamás te complació el vestido procaz hecho para mostrar la desnudez pecaminosa; tu aderezo único fué el más hermoso y rico de la mujer: el pudor»? Por ser el cuerpo de la mujer mús fino y bello que el del hombre-, tiene peligro de narcisismo y de explotación egoista. Este peligro que padecen las jóvenes lo agrava la alabanza interesada de los libertinos que cantan a sus oídos la canción de su belleza. Atenderlos es su perdición y la del mundo. Hoy no son pocas las jóvenes que adoran su cuerpo y que lo estiman como su valor supremo y que cuidarlo y explotarlo es el ideal m{is querido de sn juventud. Lejos de sombreado, como la modestia y el pudor exigen, lo ofrecen y lo cuidan como a una divinidad. La conducta vil e impú– dica de las mujeres de la pantalla y sus aparentes éxitos han causado un daño incalculable a la mujer cristiana y ,1 sn virtud tradicional. La mujer debe avergonzarse y sentirse ofendida cuaml,J los hombres la sobreestirnan por su cuerpo; el valor de la mujer no está en su físico, no está en su tipo; la mujer no es cuerpo, aunque lo posea. El hombre que busca y estima a la mujer prefererltPrnente por las condiciones o formas clr su cuerpo, es un hombre infame que ofende a la mujer. Los teólogos suelen distinguir Pn el cuerpo de la mu,Pr [42
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