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ciencia a la costumbre exótica y fea de fumar, que va co– giendo la juventud femenina. Frívolamente quiere quitarle toda maldad, pero se olvida o ignora que existen ciertas for– mas y modos de convivencia social, al parecer insignifican– tes y cuya desaparición o quebrantamiento repercutiría gra– vemente en las costumbres y moralidad de los pueblos. El mal de fumar en la mujer no está, como equivocada– mente piensan las que fuman, en el hecho en sí, que natu– ralmente es sólo un pequerio vicio y un gasto superfluo; ]a prohibición especial de fumar en la mujer nace de lo que ello significa y de lo que hace pensar generalmente a las personas que lo ven. No es beatería, ni rioriería el escandalizarse ante una mu– jer con el cigarrillo en la boca, eso quisieran las que fuman, sino más bien serial de dignidad personal y de poseer un alto concepto de la mujer. Puede llegar un día y muy verosímil– mente llegará, en que el fumar no desdiga de la mujer, pero ese día, no es el día de hoy. La moral católica enseria que introducir ciertas formas de convivencia puede ser pecado grave de escándalo y no serlo el adoptarlas una vez norma– lizadas. La mujer naturalmente es fácil, vaporosa, espiritual; la mujer fumando pierde no poco de estas bellas cualidades; se afea, huele mal, se «masculiniza». Nos parece bien la mujer con una flor al pecho y hasta disculpamos fácilmente el que sea algún tanto vanidosilla, puesto que en ello no vemos sino un exceso de su femineidad, pero el instinto sano del hombre reacciona con desagrado ante la mujer que mani– fiesta abdicar de su condición. La perversión de la natura– leza la acusa espontáneamente toda otra naturaleza sana. 134

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