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mujer vestidos impropios de su condición y sexo se hace por sólo eso ilícito, más o menos, según circunstancias y perso– nas. La caridad debida al prójimo, su pudor y condición fe– menina obligan a la joven a contenerse y moderarse en usos y costumbres que puedan lesionar esos deberes funda– mentales. Antiguamente en los bandos que las autoridades publi– caban por carnaval, en aquellos carnavales de mugre y des– vergüenza, se establecían fuertes sanciones para quienes se atrevieran a vestir trajes propios de otro sexo. Por entonces, mujeres en pantalones ni en carnaval las veía nadie. La mu– chacha que se hubiera atrevido -ninguna se atrevió- a adoptarlos, irremediablemente terminaría en la Prevención sin apelaciones posibles. Allá por el aüo 1911 en París se atrevió un modisto a crear la falda pantalón. Buena se armó; la sociedad no esta– ba aún preparada para tales atrevimientos. Las calles se lle– naron de risas ante la falda pantalón y a las veces de algo más desagradable. Mús de una atrevidilla muchacha tuvo que correr a esconderse en los portales de las casas ante la zumba y la ferocidad masculina que les amenazaba de cerca. Poco después vino el cine y la radio y la prensa y con ellos la sanción de todas las libertades. Y aunque las personas serias y de buen gusto están unánimes en asegurar que la mujer en pantalones pierde feminismo y gana en antieste– tismo, la fuerza de la moda y de la frivolidad han sido más poderosas que el arte, la razón y el instinto. Los motivos que prohiben a la mujer vestir de hombre en público, tienen explicación, aunque con menor trascen- 133

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