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sexo y esto no es acc10n baladí. Esa conducta incluye una especie de aberración del sexo que suscita fácilmente ideas de perversión y llamadas al pecado. Es la razón porqué el hombre sano mira a la mujer en pantalones con desprecio, en tanto que el vicioso la acecha con avidez. El ver a una mujer en pantalones dificulta, si es que no imposibilita, suponer en ella virtud, modestia y dignidad. La muJer en pantalones lleva a rastras su honor. La joven, inconscientemente, observa que los hombres la miran y se vanagloria por esta atención como de un triunfo personal; si conociese y si lo sabe -que es posible- se de– tuviese a pensar por qué la miran y en qué piensan cuando la ven así, posiblemente se avergonzaría de volver a salir de nuevo a la calle en las mismas condiciones. A la mujer en pantalones sólo la ve bien la concupiscencia del varón. No es más decente andar la mujer en pantalones que con falda, si la mujer anda con falda como el pudor y la modes– tia exigen. Y desde luego es más inelegante. El uso del pantalón en la mujer crea ademanes hombru– nos, desenvueltos, impropios de la delicadeza de la mujer y predispone a posteriores faltas de modestia y hasta a la pér– dida del pudor, gloria de la mujer y su eficaz defensa moral. El uso de los pantalones en la mujer altera su psicología con tremendas consecuencias para el futuro, para ella y para los hombres que la traten. Las relaciones entre hombre y mujer sin diferencias de sexos se vician, cayendo en extremos anor– males y espantosos. Dios dijo de la mujer que viste traje de hombre: «No se vestirá la mujer con ropas de hombre, ni el varón con ves- 131
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