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La honra de la mujer está pendiente de su conducta ex– terna; hay muchas cosas, al parecer indiferentes, que la so– ciedad sana no tolera en la mujer. La juventud femenina que protesta por ello está picada como el mal vino. Andar en público una mujer sin medias es indecente, feo y bajo. Se podrá tolerar, pero tambif'n se tolera que unn mujer aldeana tenga la cara sucia. Si a alguna o a algunos gusta verlas así, es que han llegado a encontrar gusto en presenciar lo feo, indecente y bajo. Hoy hay jóvenes que se complacen en vestir de pantalo– nes, fumar y frecuentar centros bajos de la sociedad, laboran por la vulgaridad y rebajamiento de la mujer. Una joven en una tasca es un ave sin alas, una flor en un muladar. La Iglesia reprueba, y con razones, que la mujer ande en público de pantalones. Las jóvenes que los usan dicen que no tiene importancia -¿qué cosa tiene importancia para a1 gunas jóvenes?-, que es más decente que la falda y má, cómodo. Se equivocan, ninguna las usn por esos motivos. La indecencia no está sólo en el desnudo. Una joven con pantalones por la calle no lleva conducta normal, se mues– tra llamativa, atrevida y desvergonzada, puesto que no va– cila en romper con las leyes sociales de compostura femeni– na y menosprecia el juicio de la gente honrada que la cri– tica; esa mujer desprecia su buen nombre ante la opinión honrada. Tal conducta es ciertamente reprobable. La mujer en pantalones es una mujer vestida de hom– bre, que adopta las formas de convivencia contrarias a su 130

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