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social, sino mas bien por la experiencia en el roce diario <lel cotidiano vivir; la vi<la es la mejor escuela <le perfección de la mujer. Escuchen las jóvenes estas sutiles palabras de Gina Lombroso: «A inteligencias iguales la mujer de una familia numerosa, a pesar de sus ocupaciones y alejamiento <le los estudios, es mucho más vivaz, más amplia de ideas y mús aguda en la penetración, que su contemporánea soltera, aun– que ésta haya continuado frecuentando la universidad». No suelen ser las mujeres más cultas las que mejor aciertan a llevar un hogar ni a hacer feliz a un hombre. Esto no quita que la cultura sea útil y fuente de posibles nuevas experien– cias de vida para la mujer. El mal y su peligro están en que la cultura y lo social lleguen a daüar intereses y funciones superiores y esenciales de la mujer. Las jóvenes modernas se sienten alegremente orgullosas de sus conquistas en la esfera social; las han alcanzado, sin duda, pero ellas solas no elevan ni perfeccionan a la mujer. Hay algo para la mujer superior y son sus valores del espí– ritu. No es legítimo el gozo de curar de un pie si se ha obte– nido a costa de enfermar de un ojo. Si la joven ganando so– cialmente, pierde en moralidad, no tiene porqué vanaglo– riarse de su conquista. La juventud modernamente ha ganado valores sociales, pero es muy discutible que ella haya hecho a la mujer más espiritual, más moral, más pudorosa, más abnegada en f'l desempef10 de su maternidad, más sufrida en las horas amar– gas del dolor, mejor madre, más fiel esposa. En la disyun– tiva, la mujer debe escoger por lo segundo, aun a costa de perder intereses y comodidades en la vida. 118
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