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des civiles vigilancia y fortaleza para mantener a la mujer dentro de su condición natural y capaz de desempefiar con perfección su función específica, que no es regentar un ne-– gociado del organismo estatal, ni recibir consultas en un bu– fete, sino crear la vida y llevarla a su perfección. Lo qw: esto impida o dificulte ha de considerarse antifemenino, an– tisocial y anticristiano. La reina Victoria de Inglaterra confesó: «Las mujeres no hemos nacido para gobernar». «Es mujer sexualmente anor-– mal, afirmó Marañón, la que salta al campo de la actividad masculina y en él conquista un puesto preemin(:'nte». Y Or– tega Gasset: «Ciertamente que el destino de la mujer no es la actividad». El hombre progresa haciendo más y mejor, la mujer perfeccionándose, porque el hom~re se engrandece por sus obras, pero la mujer por su ser. La intervención fe– menina en la historia no necesita faenas, sino presencia. La joven moderna, creo yo, abomina de esta acción abdicando de su ser y prefiere moverse, agitarse, escribir libros y teclear en uha máquina como lo hacen los hombres; esta conducta puede llegar a resultar más peligrosa de lo que las jóvenes sin duda piensan. El feminismo perfectivo y auténticamente liberador no está, como parece lo piensan muchas jóvenes, en el «homi– nismo», sino en que la mujer se haga mujer y nada más. La mujer no se perfecciona asemejándose al hombre. En ningún caso la perfección del hombre es modelo de perfección de mujer. La mujer en plan de hombre será siempre un hom– bre frustrado, un hombre inferior. «Hominizarse la mujer es degradarse», escribió el Dr. Marafión. Podrá en ciertos ambientes sociales ganar por ese camino la mujer, pero ese 116
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