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dola servir a fines bastardos y pasionales. Esto no es lícito; un modernismo así lo condena la Iglesia. Pensar que sin li– bertades de sentidos, sin una cierta despreocupación de la moral externa. sin renunciar a las formas tradicionales de modestia y delicadeza, no alcanza la juventud moderna sus nturales y sanas aspiraciones. ni adquiere valor y estima en la sociedad, es error y manifestación clara de visión equivo– cada de las cosas. Hay determinados triunfos y alabanzas y cosas que en el mundo se estiman y buscan como bienes y a las que el cristiano tiene que renunciar convencido de que son espejismo y tentación de males gravísimos no percepti– bles en aquellos momentos. El mundano no tiene juicio exac– to de las cosas espirituales ni de los valores morales; no debe, pues, la joven preocuparse angustiadamcntP ni estimar con exceso la actitud que el mundo. qne los hombres de mundo tienen para las formas modernistas ele la mujer; cuanto peores y ·mús fúciles las vean. mús las estimarán y alabarán. La juventud moderna femenina metida en una sociedad atractiva y galante con ella, se encuentra muy expuesta a juzgar las cosas por su apariencia. Su cierta candidez natu– ral y su inexperiencia la hacen confiada y le da una peli– grosa seguridad de que su sana intención será garantía de defensa; casi llega a pensar, inocente, que con buena inten– ción nunca se llega al pecado. No cuenta con su debilidad. ni con las leyes de la concupiscencia, ni con la malicia y sa– gacidad con que el mal la ronda. Esta juventud está abo– cada a grandes desengaños y trágicas caídas; terminará llo– rando. Pero la joven es míope. no ve las cosas hasta que las tiene ante sus ojos. 113
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