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minar las pasiones y los apetitos sensibles de la naturaleza. La joven modernista tiene en carne viva su naturaleza, siempre abierta hacia sus objetivos naturales y concupiscen– tes. El ansia de ver, de viajar, de charlar, de emociones; la búsqueda exagerada de comodidades; la independencia de juicio; la insubordinación a la autoridad legítima; la liber– tad, rayana en libPrtinaje; la facilidad para desembarazarse alPgrernente del bagaje tradicional, de costumbres veneran das, constituyen notas específicas, características propias del ser modernista. Una modernidad tal no está enmarcada por el Evangelio, no la firma la Iglesia, no la aprueba el sacerdote. Sin embargo de esto, entendida la modernidad femenina exclusivamente corno perfectividad social, sin destrucción ni lesión de leyes y principios superiores, teniéndolos en cuen– ta, la Iglesia no la reprueba. El ansia de superarse, de capa– citarse cada día más en su esfera social correspondiente es sana y loable aspiración en la mujer; la Iglesia dentro de su campo de acción la apoya y alienta. Pero si esos objetivos. buenos Pn sí, se intentan alcanzar por medios rnoralrnentP ilícitos o peligrosos, la Iglesia los reprueba o acepta con re– servas. La moral y los intereses del espíritu están en todo caso por encima de las posibles conveniencias sociales o ma– teriales. Por un interés temporal de suyo legítimo no se pue– de perder un bien superior. Esto es lo que enseña la Iglesia y por estos principios rige su actitud ante el movimiento de la mujer por hacerse moderna. Aunque el movimiento feminista de modernidad admite una posibilidad de licitud y perfectividad, de hecho la ju– ventud moderna está muy expuesta a abusar y con frecuen– cia abu 0 a del don precioso y peligroso de su libertad hacién- 112

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