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cía si así no lo manifestara, que, en muchos casos, la conduc– ta de no pocas jóvenes no está conforme ni con las normas ele la Iglesia ni con los principios del Evangelio. Ni la con– ducta ni la mente. Muchas veces hemos oído a las jóvenes sus consignas ele modernidad. «Estamos en el siglo XX, los tiempos han cambiado, la vida hoy es así». Nunca les he oído decir: «El Evangelio dice esto, la Iglesia hoy manda que se viva así». La joven moderna debe mantPner firme Pn su mente la idea de que la doctrina cristiana y sus leyes de moralidad son inaltPrahles e inatacahlPs por Pl ti0mpo y por las costum– bres; el cristiano vive rn Pl tiempo, pero no es del tiempo. Lo que en una época fué malo nunca será bueno y vicevPr– sa. Es la historia y las costumbres las que tienen que mol– dearsr según el canon del Evangelio. Lo que no está con Cristo. está contra Cristo. La juventud que ansía modernidad y la busca no olvide en sus intentos que la vida rncial moderna no estú plena– mente establecida sobre el cristianismo; que existen muchas formas de vida actual que la Iglesia no las autentiza corno legítimas cristianas. No diga. pues, la joven para justificar su postura vital que la vida hoy es así, que todos viven de ese modo, porque esas razones no prueban nada puesto que la vida de los hombres, seres racionales, se ha de regir por principios objetivos y superiores a las formas humanas im– perantes en el trato social. El movimiento modernista de la juventud femenina arranca de una deficiencia personal de vigor moral para do- 111

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