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elido ideales netamente cnstianos, y se ha hecho mundmM. En la mente de muchas jóvenes ser moderna y ser munda– na se identifican. En las jóvenes más entusiastas de las for– mas de modernidad se observa un debilitamiento muy acen– tuado, a la veces verdadera carencia, de sentido sobrenatu– ral en sus criterios de vida humana. La juventud femenina modernista está convencida que siendo moderna vale más y triunfa mejor. Y en cierto sen– tido, en el suyo, es verdad. Es indiscutible que la mujer modernista posee, por lo regular, más y mejores valores so– ciales que la que no lo es, pero no está claro que los posea mayores de orden moral; al contrario, en general, la joven modernista es moralmente muy imperfecta. El gran peligro que amenaza a la juventud moderna fe– menina está en su desorientación sobre el camino de su au– téntica perfección. La juventud modernista saca la norma dP su conducta, no precisamente del :Evangelio, sino de las conveniencias personales y de las últimas novedades de vida social. En esto radica su error fundamental. Lo que hacen todas, lo que se acostumbra hoy, lo moderno marca para ella la meta de lo mejor y del triunfo. No piensa en la posibili– dad de una sociedad inmoral, y por lo mismo rechazable. La norma de pensar y de obrar del cristiano nace del Evangelio interpretado y enseñado por la autoridad estable– cida por el mismo Jesucristo. Esto lo saben todas las jóve– nes. Para enjuiciar con acierto la legitimidad del modernis– mo femenino basta conocer su entronque con el Evangelio, con las directrices de vida sefialadas por la Iglesia. Sincera– mente hemos de confesar, sería traidor a mi propia concien- 110
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