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poco, que v1v1mos en el siglo XX, en la era de la bomb;1 atómica». Este es su mito, si se lo discutimos, nos dejan en busca de sacerdotes «n1odernos» que las comprendan, esto f!S, que las aprueben. Pero muchachas. tened en cuenta que una cosa es ser actual, de la época, y otra, muy distinta, adoptar sin refle– xión ni madurez la mentalidad y las formas de vida del tiem– po en que se vive; una cosa es ser moderna y otra moder– nista. La propia personalidad y la inmutabilidad de las leyes de vida cristiana ohligan a mantenersP intransigente e inalterable ante ciertas corrientes vitales que corren por d mundo. El hombre no es como el tamo con el que Juega Pl viento; el hombre tiene conciencia y juicio. Si buscamos las raíces hondas de la actitud radical y del entusiasmo con que muchas jóvenes quieren ser modernas o mejor modernistas, las encontraren10s, aparte de su innata frivolidad e impresionabilidad por lo nuevo, en el convenci– miento que han llegado a formarse de que la modernid::1d les da el ansiado triunfo en el mundo. La salida del hogar y la deslumbrante recepción que se las ha tributado en socie– dad han impresionado tan vivamente la imaginación femeni– na que hoy perder mundanidad es para muchas perder vi– talidad y felicidad. La juventud moderna está ele cara al mundo. Los bienes de la tierra la han impresionado y sugestionado hasta el pun– to que ha llegado a ver en ellos, la aspiración codiciada ele su naturaleza. Siendo moderna, se pone en el camino de su dicha. Tanto ama ser moderna cuanto ama lo que de la mo– dernidad espera. La juventur modernista, en general, ha per- 109
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