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Oir hablar así halaga, sin duda, a la mujer, pero no es bastante, debe estimar su condición como tesoro inaprecia– ble y defenderlo de los ataques constantes de la malicia hu– mana. La mujer está siempre en peligro próximo de malear– se; si llegase a generalizarse esa desgracia, acarrearía la rui– na de la Humanidad. La joven necesita reflexionar sobre estas cosas para hacerse más responsable y contribuir mejor con la fuerza irresistible de sus atractivos y espiritualidad, a levantar al hombre de su postración moral y apatía religio– sa. De esta función, natural y sagrada, peclirá sin duda cuentas Dios a la mujer. El mundo se salva y se pierde blan– damente, gustosamente, eficazmente por la mujer; la frívo– la, la indecente, la mala, lo hunde en el fango del vicio; lcl espiritualista, la pura, la buena, lo eleva hasta Dios. La mujer es por esencia cordial; donde ella actúa las cosas cobran calor de hogar. La mujer buena con sola m presencia, como la luz, sin pretenderlo, santifica, su bondad quema. Nada más antifemenino que lo frío, abstracto y vi,)– lento. La mujer es la fuente del calor vital, ele la ternura, de la fraternidad. Es esta su espPcífica y pficaz función social y su fuerza en el mundo. Para eso la puso Dios entre los hombres. Una mujer pregonera de reivindicaciones y compe– tencias sociales, loca por títulos, diplomas y empleos, es una mujer invertida. El destino rudo y fuerte del hombre es crear la técnica, la máquina, la fuerza; el de la mujer darle cauce, humani– zarla. No olvide la joven que es más interesante y más no– ble hacer que la vida sea amable que el dotarla de máquinas perfectas que faciliten el trabajo. La obra del genio del hom– bre es conveniente, pero la acción de la mujer sobre las ge- 105
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