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se «angélica». El ángel es un ser superior que donde está se impone. Sensibilizar los valores espirituales, es la misión ne– cesaria y obligada ele la juventud moderna cristiana. Si la mujer no lo consigue nadie lo podrá: en la oficina, en el tra– to con los hombres, en el noviazgo, en el hogar. Yo he conocido a muchos hombres enfangados en el vi– cio que encontraron alas para subir hasta Dios en el trato con una joven pura. Los remordimientos más sensibles que yo he presenciado en hombres, a causa de sus inmoralidades, los he encontrado en aquellos que tuvieron la suerte de dar con una mujer «ángel». Sentían casi la experiencia de infe– rioridad que Satanás tiene en presencia de un ángel del cie– lo. Una queja sentida, una reacción espontánea de pudor, un reflejo de espanto en su cara bonita, es capaz de apagar un incendio de lujuria en el cuerpo más pasional del hom– bre y hacerle sentir vergüenza de sí mismo. ¿No es ésta la reacción que despierta necesaria la presencia de lo sobrena– tural? La experiencia de la pureza de una mujer, produce siempre en el hombre e] efecto de lo divino. Yo, conociendo las inmundicias de los hombres, a veces, siento impulsos de maldecir a la mujer. Hay que decirlo, aunque sea indelicado, la juventud femenina moderna, en general, no está ya a la altura de su misión santificadora y rectificadora de los instintos del varón. Al contrario, muchas mujeres son carro de lefia seca en el horno de las pasiones del hombre, y hasta se sienten felices y orgullosas en avi– var este incendio. Corruptio optimi pessima. El mayor mal, Pl del bien mayor. Los hombres van frecuentemente al matrimonio sin amar a la mujer, van apa~ionados; la culpa en muchos casos está 103
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