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a su condición que lo bajo y rastrero. La mujer, como las aves, ha nacido para andar por las alturas. La joven tiene un objetivo propio de su misión elevadora en su trato con el hombre. El hombre necesita de la mujer para ir a Dios, para sentir a Dios y hasta para defenderse de su siempre pronta sensualidad. La mujer puede evitar con la finura y espiritualidad de su trato cualquier pensa– miento impuro al hombre; aun más, la juventud femenina puede ser, debe ser, para el hombre la fuerza más eficaz y segura de castidad. Estoy con Ortega y Gasset: Exigir, exigir la perfección al hombre es la suprema misión de la mujer sobre la tierra. Una mujer pudo decir que no habría hombres malos si to– das las mujeres fuesen buenas. Si esta afirmación puede so:;– tenerse, poco honor se hacen las jóvenes cuando se quejan de que «los hombres son unos groseros». En la regeneración del mundo o en su ruina, la mujer tendrá siempre un papel preponderante y eficaz. Yo observo con pena y no sin temor que la mujer va perdiendo respon– sabilidad social, va dejando de ser fermento de espirituali– dad y religiosidad. Muchas jóvenes hoy manchan con sólo su presencia. De ángeles que las creó Dios se están haciendo demonios. El mayor enemigo interno que se opone al alto destino de la mujer es el egoísmo; la juventud moderna fe– menina se está volviendo egoísta, con egoísmo sensual y co– modón. La juventud parece que va olvidando que el deber y la gloria tienen un cmino áspero. ¿Qué es la gloria sino 100
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