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podemos catalogar al P. Peñacerrada entre los que prefirieron el puesto de timonel. Esto, con todo, no significa que careciese de ese sacro entusias– mo, patrimonio de toda alma franciscana ante el privilegio de María. Su alma seráfica, llena de santo fervor a María, quedó para siempre patente en el Memorandum presentado ante Pío IX a favor de la definición dog– mática de 1a A.,mnción (11). Y por lo que toca a la Inmaculada, nos dejó en sus escritos una sistemática y profunda elaboración de las pruebas que a favor del privilegio sigue aún aduciendo la Teología. Su doctrina de la Inmaculada, aun sin llegar al atrevimiento de los actuales mariólogos por lo que se refiere al débito de contraer la culpa originai, es uno de los me– jores títulos para ser considerado, como afirma el P. Nazario Pérez, S. J., el mejor escritor mariano de lengua española durante el pasado siglo (12). Pasemos, pues, al análisis de estas pruebas. Hoy bajo el influjo de la teología positiva las razones teológicas, que son precisamente las que muestran la contextura y trabazón de los grandes misterios de la verdad católica, pierden en muchos autores relieve y hasta significación teológica. No fué por este camino el P. Peñacerrada. Cierto que, como hemos indicado, opta por una teología de base positiva; pero ello no íué óbice para que por medio de la razón teológica intente penetrar en el santuario de los misterios de Dios. Asi lo hizo al estudiar el misterio de fa Concepción Inmaculada. Cuatro son las razones teológicas que alega en pro del gran privilegio: la primera la deduce de las exigencias de la divina Maternidad; la segunda fa funda en el principio que hoy llaman los mariólogos de "singularidad" "trascendencia"; la tercera, de fondo escriturario, la basa en la pugna contra el demonio, anunciada en el Protoevangelio. La cuarta viene a ser una razón de congruencia, fundada en la armonía de la creación que pide en .el cosmos un ideal femenino de pureza. Expongamos con detención cada una de estas razones, pues son ellas la aportación especial del P. Peñace– rrada al gran misterio. Y decimos especial, no porque haya sido el único o el primero que las haya formulado, sino porque ellas muestran cómo nues– tro autor articulaba el misterio de la Inmaculada dentro de la síntesis grandiosa de los demás dogmas. (11) Hemos utiíizado la traducción española (Lérida 1880) publicada en el librito La Asunción de la Santísima Virgen María a los ciclos, pp. 41-100, bajo el título: Humildes _preces dirigidas a Nuestro Santísimo Padre el Papa Pío IX con ocasión del Coacilio Va– :licano, sobre la Asuncíún de la Santísima Virgen y Madre dr Dios a los cielos, escritas en tatin por D. Fray Jacinto María, Obispo de La Habana. {12) Est. .Marianos, 7 (1948), 29S.
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