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a P. J. n¡¡ PEÑACERRADA y I,A IR:t.l:ACULADA dignidad que la eleva infinitamente sobre los ángeles y arcángeles, esto es, la de haber merecido concebir a Dios en su seno, si no hubiera existido en el momento de Concepción vencedora del demonio, totalmente limpia, enteramente Inmaculada, amadísima de Dios y absolutamente llena de gracia" (36). Siguiendo, pues, a la generalidad de los teólogos, propone el P. Peñace– rrada que la Virgen Santa por su santidad y pureza mereció en el plano de la ejecución la gracia de la Divina Maternidad. De esta suerte la pureza de María, ya desde su Concepción Inmaculada, es el quicio sobre el que gira la vida admirable de María. Es que la Concepción Inmaculada no es tan sólo un momento de gloria para Dios y de confusión para el demonio: es el pri– mer momento ascensional de esa estrella de luz que aparecerá radiante, a plena luz, en el momento de su Maternidad Divina, y continuará eterna– mente brillando sobre todos los hombres en su Maternidad de gracia. A tal misión, tal principio. Este no podía ser más que un principio de Pureza a favor del privilegio sigue aún aduciendo la Teologíía. Su doctrina de la Inmaculada. He aquí la idea luminosa, la idea clave en la mariología del gran Obis– po Capuchino, uno de los Padres del Concilio Vaticano, Rvdmo. P. Jacinto Peñacerrada. (36) En Humildes preces.. , p. 58.
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