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El. F. J. DE PEÑACERRADA Y l,A lN!d.ALUl.,.ADA• ¿43 -----·--·---·------------· do de Amicis ante la Inmaculada de Murillo: "Ante este cuadro mi pecho concibió la esperanza de una vida más noble, más fecunda, más bella." Esta es, en síntesis, la bella y profunda doctrina del P. Peñacerrada so– bre la Concepción Inmaculada de María. No nos parece inferior a la de mu– chos teólogos de nombradía y nos parece haber descubierto en ella algum·s ideas fecundas para el futuro de la Mariología. No queremos, con todo, cerrar este estudio sin adentrarnos ulterior– mente en la significación que la pureza y la santidad de María tiene en la estructuración de la doctrina mariana de nuestro autor. Ya anteriormente hemos hablado algo de la relación de la pureza de María con el principio llamado de "singularidad" o "trascendencia"; pero ahora es preciso que nos detengamos más en este punto. Al motivar los teólogos marianos este principio, lo fundamentan di- · rectamente en la Maternidad Divina sin ulteriores explicaciones. Así Alda– ma, Roschini, etc... Más escrutadores al examinar las relaciones entre la Maternidad Divina y la Pureza y Santidad de María, se preguntan si la Virgen pudo merecer el llegar a ser i\.fadre de Dios. Todos se hallan con-– cordes en rechazar merecimiento alguno por parte de María en el orden de la intención; pero discuten si en el plano de la ejecución la ffi('· 1·f'CÍÓ la Divina Maternidad de condigno, de digno o de congruo, (·:, :,cntido lato, bien en sentido estricto. Recordamos estas elementales nociones de Teología Mariana porque ti~– nen máxima importancia para juzgar de la importancia y significaci6n teo– lógica que tiene la Pureza en la síntesis mariana de nuestro autor. En primer lugar, el P. Peñacerrada no se contenta al enunciar el prin– cipio de "singnlarida.d" o "franscendencia" con referirlo al anterior de fa Divina Maternidad, como hacen la generalidad de los autores marianos. Concede, es cierto, que si la Virgen posee una prerrogativa singular trans– cendente sobre toda creatura se debe a que fué predestinada eternamente .~ ser Madre de Dios. Así lo reconoce de un modo explícito con estas palabras: "Esto sólo constituye a la Virgen en jerarquía propia, pues es elevada, no ya a la adopción divina que los santos tienen en el Hijo de Dios, sino a dar el ser humano a este mismo Hijo" (33). Y unas líneas anteriormente nos había dejado escrito que "la predestinación de la Virgen tiene la circun~– tancia que no es aplicable a ser alguno fuera de ella". Pero el P. Peñacerrada no limita el problema al mero plano intencional, sino que, descendiendo al plano de la ejecución, muestra cómo en este plano es la pureza de María el privilegio clave de su vida y de su misión. "Parect (33) o. c.. p. 205.

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