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Habla el Omnipotente: «El hombre, desobediente, desleal, falta a su fidelidad y peca contra la supremacía del Cielo. Perdiéndolo todo, nada retiene para expiar su traición. Sólo le queda morir devoto y consagrado a la destrucción con toda su pos– teridad. ¡Muera él, o perezca la Justicia, a menos que alguien acepte voluntariamente el castigo y pague esta severa pena: muerte por muerte! Decidme, potestades celestiales, ¿hallaremos quién acaricie amor tan grande? ¿Quién de vosotros se hará mortal para redimir el mortal crimen del Hombre? ¿Quién será el justo que salve al injusto? ¿Mora en los cielos caridad tan excelsa? Mudo quedase todo el coro celestial. No se ofrece abogado ni intercesor. Sin redención toda la Humanidad hubiera quedado proscrita, condenada por severa senten– cia a la Muerte y al Infierno, si el Hijo de Dios, que en toda plenitud atesora el Amor Divino, no hubiera ex– clamado: -¡ Heme por él! ¡Vida por vida ofrezco! ¡Sobre mí tu cólera caiga! ¡Por amor al hombre saldré de tu seno y por él, al fin, moriré satisfecho! ¡Sobre mí desate la Muerte toda su furia! Pero resucitaré victorioso y subyuga– ré a mi vencedora desposeyéndola de los restos que tanto se jactaba de poseer. Herida mortal recibirá entonces la Muerte, que se humillará vergonzosa, desarmada de su fatal aguijón». (John Mi/ton «El Paraíso perdido» Libro 11/) 7

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