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6. La Ley Divina Cuando Jesús, con un realismo y lirismo extraordinarios, nos invita a la contemplación de las aves del cielo y los lirios del campo, no tiene otra intención que ésta : que palpemos la acción de la Providencia divina y las leyes que regulan la vida animal y vegetal. El mejor conocimiento de la naturaleza nos lleva de la mano a la constatación de las leyes cósmicas de ordenación del uni – verso; de combinaciones físico-químicas; de integración o des – integración atómica; de cristalización mineral; de botánica o zoología, que no tienen más que una explicación: la existencia del gran Legislador: Dios. Kepler, en su obra «Mysterium cosmographicum», puso como introducción: «Los cielos narran la gloria de Dios ... » Madler, afirmaba: «Un naturalista serio no puede renegar de Dios, porque el que mira tan profundamente como él en el taller de Dios y tiene ocasión de mirar la eterna sabiduría divina, ha de doblar humildemente las rodillas ante el gobierno del Espíritu soberano ... » Ampere decía a su amigo Ozanam, al demostrarle sus des– cubrimientos eléctricos: «¡Cuán grande es Dios, Ozanam, cuán grande es Dios ... !» Y San Pablo añade: «Así, desde la creación del mundo, las perfecciones invisibles de Dios, su poder eterno y su divinidad, aparecen visibles a la inteligencia a través de las cosas creadas». (Rom 1, 20). 1.-Ley y orden en la Creación Lo mismo en el «macrocosmos» -mundo de las cosas grandes-, que en el «microcosmos» -mundo de las cosas pequeñas-, se per– cibe ese orden no establecido por las cosas creadas, ni por pura casua– lidad, y al cual obedecen con ciega fidelidad ya que, obedeciendo de este modo, llegan a su perfección y plenitud de criaturas. a) En el «macrocosmos» tenemos hoy convencimientos mayores que nunca de la existencia de esas leyes que han debido ser estudia– das científicamente hasta hacer posible lo que, hasta ahora, no había 56
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