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«El hombre logra esa dignidad cuando, liberado totalmente de la cautividad de las pasiones, tiende a su fin con la libre elección del bien y se procura para ello medios adecuados con eficacia y esfuerzos crecientes.» Consecuencia lógica del conocimiento de la dignidad de la libertad es la de que todo hombre debe preocuparse y promover el respeto a la libertad de los demás hombres. Y esto lo hará por el supremo motivo de la caridad predicada por Jesucristo, pero además, por la solidaridad y fraternidad humanas tan propugnadas en nuestros días. 4.-Jesucristo y la libertad que El nos proporciona Curioso y aleccionador lo que nos refieren los Evangelistas San Lucas (4, 16 s.), San Mateo (13, 55 s.) y San Marcos (6, 1 s.) . Jesús había llegado a Nazaret, donde se había criado, y el primero de sus sermones en la sinagoga de su ciudad hizo conmoverse a sus con– ciudadanos porque, además de la sabiduría con que hablaba, se arrogaba poderes mesiánicos y de Hijo de Dios diciéndoles que, en El y aquel día, se cumplían las palabras escritas por el profeta lsaías, que había leído y comentado: «El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido; me ha enviado a predicar la buena nueva a los pobres, a anunciar a los cautivos la liberación, y el don de la vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos.» (Is 61, 1-2) . El sentido bíblico de las palabras del profeta comentadas por Jesús, así como el de su predicación y obra redentora, es precisa– mente la liberación del pecado y de la muerte, por su caridad y amor. Así lo entendieron sus discípulos y nos lo asegura el Evangelista San Juan: «Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos a los hermanos; quien no ama permanece en la muerte.» (I Jn 3, 14). Y añade con una lógica perfecta: «Dios es amor y quien permanece en el amor, en Dios permanece y Dios en él.» (I Jn 4. 16) . 5.-la perfecta libertad ·a1 asociarnos a la Muerte y Resurrección de Cristo Aquí, en la tierra, por ta fe y el bautismo, por la gracia de Cristo, conseguií!los la libertad de los hijos de Dios; nos despojamos del hombre viejo y nos revestimos de Cristo. 51