BCCCAP00000000000000000000526

Hoy que ta n afi ci onados somos a los certámenes internacionales de cine, podemos darnos un poco de idea de l realismo , veracidad , co lorido, penetra ción de pensamient os y deseos con que serán re – visadas en el jui c io uni versa l µor el Señor, q ue todo lo ve y sabe, las «películas», más que rea listas, de todas y cada una de las personas, como rat ificació n de todos los j uicios pa rti culares . 4.-Anticipo de la gloria, por la caridad y la fe El que en la tierra, correspondiendo a la grac ia, se esf uerza por servir y amar a Dios y los hombres hasta la muerte, ya desde ahora parti cipa de la g loria del cielo, aunque en forma velada, pero ci erta como nos asegura la fe: «Queridos míos, ahora somos hijos de Dios y aún no ha sido manifestado lo que seremos. Sabemos que cuando sea mani– festado , seremos semejantes a El, porque le veremos tal cual es.» (I Jn 3 , 2) . Es la caridad la que nos hace participant es de la misma vida di– vi na, ant icipo de la plenitud que recibiremos en los cie los: «Dios es caridad, y aquél que permanece en la caridad en Dios permanece y Dios en él.» ( / Jn 4 , 16) . 5.-EI cielo; eterna recompensa, para los que mueren en gracia J esús nos habló del «Padre que está en los cielos», al enseñarnos a orar (Mt 6 , 9 -13) . Se lo promet ió el mismo día de su muerte al buen ladrón (L e 23, 43). Nos dijo, al hablar del juicio, que sería la recompensa de los buenos (Mt 25, 34) . Todos los que mueren en gracia y están libres de pecado van al cielo y allí viven en la alegría y el gozo eterno: «la nueva Jerusalén en la que Dios será con su pueblo - con los elegidos- y enjugará toda lágrima y no habrá más muerte; no habrá más duelo, ni lamentos, ni trabajos ... » (Apoc 21, 1 ss). La felicidad del cielo es tan inmensa que no podemos imaginarla: «Lo que no vio ojo alguno, ni oído escuchó; lo que no se ocurrió a entendimiento alguno; lo que Dios preparó para los· que le aman» (! Cor 2, 9). El cielo consiste en la visión y posesión de Dios, dando la feli– cidad cuya naturaleza es igual para los bienaventurados, pero diferente en grado o intensidad según sus méritos como indicó Jesús: «En la casa de mi Padre hay muchas moradas» (Jn 14, 2). 153

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz