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1.-Caída en el pecado y deseos de redención Después de la caída del hombre en el pecado, que supone ofensa infinita y separación de Dios, no había posibilidad de remedio humano. La Historia de las Religiones de todos los pueblos manifiesta el anhelo permanente de la vuelta y reencuentro con la divinidad. De ahí surgen los varfados intentos de la creación del Olimpo o la divi– nización de las criaturas. Pobres e inútiles esfuerzos humanos. El hombre, que ha conseguido volar por los espacios intersiderales, jamás podrá, en virtud de sus propios esfuerzos y méritos, llegar al contacto unitivo con el Señor. 2.-Dios responde a los deseos de redención Tiene que ser Dios quien dé el primer paso para salir al encuentro del hombre y, como dice San Agustín: «Cayó el hombre miserable– mente; pero descendió Dios misericordiosamente». Es clara la voluntad del Señor acerca de la salvación de todos los hombres y se manifiesta en sus obras: «El Padre Eterno ... decretó elevar a los hombres a participar de la vida divina, y como ellos hubieran pecado en Adán, no los abandonó, antes bien les dispensó los auxilios divinos para la salvación, en atención a Cristo Redentor, que es la imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura.» (Const. Iglesia, n. 0 2). 3.-la obrn redentorü de Jesucristo Aunque la manifestación culminante de la redención se percibe del modo más claro en la aceptación de la pasión y, sobre todo, en la crucifixión, la historia de la vida humana y temporal de Jesús constituye la historia completa de su obra redentora. Comienza en el mismo instante en que se encarna; cuando, como dice San Juan: «El Verbo se hizo hombre, y habitó entre nosotros». (Jn 1, 14). Continúa durante los treinta años de su vida oculta. En ese tiempo, haciendo extraordinariamente bien todo lo ordinario, nos da hermo– sísimas lecciones: a) de unión y sumisión a la voluntad del Padre, como dijo a la Virgen al encontrarle en el Templo: «¡Mujer!, ¿no sabíais que t enía que ocuparme en las cosas de mi Padre?» (L e 2, 49). 10

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