BCCCAP00000000000000000000524

a los esclavos del respeto humano. Nadie se fía de aquel hombre que no tiene el valor de mantener · ante los de– más sus propias e íntimas convicciones. . En la práctica: Procuraremos recordar siempre -las palabras de Cristo: «A todo el que me confesare delante de los hombres, yo también le confesaré delante de mi Padre, que está en los cielos; pero a todo el que me negare delante de los hombres, yo le negaré delante de mi Padre, que está en los cielosn (Mt 10. 32-33). 6. EL ODIO A DIOS El odio a Dios consiste en la enemistad declarada hacia el mis– mo Dios. Es el mayor de los pecados que se pueden cometer; es el pecado propio del demonio, y el que más directamente ofende al Espíritu Santo, que es Espíritu de amor. Es una monstruosidad esta actitud hostil hada_Dios- por parte del hombre. Con todo se puede dar, y de hecho se da. Lo declara así el mismo Jesucristo, y lo confirma la historia de la Iglesia. J esu– cristo habla del odio •que el mundo tiene a su Padre, a El, legado del Padre y a sus discípulos. Y nos dice que esta actitud hostil pro– viene del esvíritu del mundo. « Si fueseis del mundo, el mundo ama– ría lo suyo; - pero porque no sois del mundo, sino que yo os escogí del mundo, por esto el mundo os aborrece» (J n 15, 19). Podemos distinguir dos clases de odio: 1) El odio de enemistad: Se opone a la misma persona, tenién– dola por mala. Cuando recae sobre Dios se opone directamente a la infinita bondad de Dios. Es el mayor pecado que cabe imaginar. 2) El odio de abominación: En este caso se rechaza a una per- sona, no por sí misma, sino porque resulta nociva para nosotros, v. gr. , el que odia a la policía. Tratándose de Dios, se le odiaría por los castigos con que amena– za a los malos, o porque sus mandamientos son un obstáculo para la satisfacción de nuestras pasiones. Aunque sea un pecado gravísi– mo, es de la misma gravedad que el anterior. 30

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz