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monte Shaí. Una densa nube cubría la montaña, cuando, entre re– lámpagm:, truenos y sonidos de trompeta, se oy9 la voz de Dios, qué dictaba a su pueblo escogido los diez mandamientos. Más tarde el 'mismo Dios se los entregó a Moisés grabados en dos tablas de pie– dra, «Las tablas de la ley,>. Estas tablas las guardaban los israelitas en el templo de Jerusalén, en el Arca de la Alianza. Jesucristo no suprimió ni uno solo de los diez mandamientos del Decálogo. Lo dice El mismo: «No penséis que he venido a abrogar la ley y los profetas; no he venido a abrogarla, sinó a consumarla)> (Mt 5, 17), esto es, a perfeccionarla. El Decálogo ha sido interpretado por El, con el ejemplo y la palabra, en s:.1 verdadero sentido. Nos enseñó a cumplir la Ley no como siervos que cumplen los mandatos de su señor, sino como hijos que mu :;:;tran de esta manera su amor al Padre. 3. DIVISION Y RESUMEN DE LOS DIEZ MANDAMIENTOS 1) División. El Decálogo, como síntesis de todas las obligaciones del hom– bre, suele distribuirse en dos tablas, del siguient~ modo: --- En la primera se consignan los tres primeros mandamientos. que regulan nuestros deberes con Dios. Comprenden la virtud de la religión y las tres virtudes teologales: fe, esperanza y caridad. - En la segunda se distribuyen los siete mandamientos, que re– gulan nuestros deberes con nosotros mismos y con nuestros prójimos. En ellos están resumidas todas las virtudes mo– rales: Relaciones con la comunidad (familia, Estado): cuarto mandamiento. Respeto a la vida humana: quinto mandamiento. Respeto a la sexualidad: sexto mandamiento. Relaciones e o n los bienes materiales: séptimo manda– miento. Relaciones con la verdad, la fama y el honor: octavo man– d~miento. El noveno y décimo mandamientos completan el sexto y el sépti– mo, por lo que se refiere a los actos meramente internos (deseos , pensamientos, etc.). 14
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